Por David Badía Villas, profesor del Campus de Huesca de Unizar, en la de la Escuela Politécnica Superior, investigador principal del grupo Fuegosol y miembro de la Red Temática Internacional FuegoRed.
El hombre ha utilizado el fuego como una herramienta útil y barata para deforestar, renovar pastos, eliminar malas hierbas o fertilizar suelos agrícolas desde hace cientos de miles de años. Sin embargo, estos días estamos recordando la capacidad destructiva del fuego cuando está fuera de control. Y es que los incendios forestales constituyen actualmente la causa más importante de destrucción del medio natural en España, acompañando a otros países de la cuenca mediterránea. En lo que llevamos de año 2025 se estima que se han calcinado en España unas 343.000 hectáreas, una superficie que duplica el Pirineo de Huesca.
¿Por qué se quema el monte?
El clima es un factor clave; todos hemos oído la regla del 30-30-30 que permite la rápida propagación del fuego; es decir una temperatura superior a los 30ºC, humedad inferior al 30%, y viento por encima de los 30 km/h facilita el inicio y, sobre todo, la propagación del incendio. Temperaturas altas y humedades bajas, como las sufridas en la última ola de calor estival, una de las más largas conocidas, han secado una vegetación herbácea que creció mucho en la pasada primavera lluviosa; todo ello, acompañando a la recuperación del bosque que está teniendo lugar de forma continua desde hace más de seis décadas. La vegetación, si además de seca y fina, está cargada de esencias volátiles, inflamables (como los pinos), se convierte en un combustible temible.
Al clima hay que añadirle la cantidad y continuidad del “combustible” en el paisaje, tras la ignición, la continuidad facilita que se escape del control de extinción, con diversos frentes y de gran amplitud. Por esta razón, siendo el clima un factor no controlable, la prevención debe centrarse en la generación o mantenimiento de un paisaje en mosaico. Ese paisaje, que el hombre había generado al pastar con sus rebaños, al usar la leña para cocinar y calentarse, o con la construcción de bancales para cultivar se ha ido desdibujando desde la década de los sesenta. Y es que, desde entonces hasta ahora, la población rural en España ha pasado del 35% al 10% respecto al conjunto de la población.
¿Cómo reducir los incendios forestales?
Hay dos grandes ejes de acción:
1.Concienciar a la población para evitar siniestros, ya que (según la DG Medio Natural y Gestión Forestal) sólo un 20 % de las igniciones corresponden a causas naturales (tormentas secas), mientras que la mayoría son debidos a negligencias, accidentes, intencionados,….
2. Equilibrar esfuerzos entre extinción y gestión
Cuanto más eficaces somos en la extinción, salvando momentáneamente al bosque, postponemos el problema para los años siguientes. Es lo que se llama “La paradoja de la extinción”. Por ello, además de revalorizar los servicios que ofrece el mundo rural, hay que equilibrar la inversión entre servicios de extinción y gestión forestal (aquello de los incendios se apagan en invierno). Se estima que el coste en extinción es de unos 30.000€/ha mientras que la prevención puede suponer el 1-10%.
Algunos ejemplos de gestión:
Paisaje mosaico: agricultura, ganadería extensiva y bosques productivos. Casos:
- Ramats de foc (Catalunya): marca de carne y lácteos,
- Mosaico Extremadura: agricultura, ganadería extensiva y bosque productivo (Junta
- de Extremadura, Universidad, UE)
- Pastoreo contra el fuego (Andalucía): RAPCA: Red de área pasto-cortafuego (Junta
- de Andalucía) en montes “sensibles” a sufrir incendios
- Ovejas contra el fuego (Somontano Barbastro): Comarca de Somontano y
- SEO/Birdlife
Pelet Biomasa (Serra, València)
Plataforma Ciudadana “Nuestros bosques no se olvidan” (Teruel): recoger opiniones, organizar eventos (andadas, talleres…)
Apadrina un olivo (Oliete, 2014)

Quema prescrita de erizón; al fondo las tres Sorores (PN de Ordesa). Las quemas prescritas de matorral, en invierno, de forma controlada, suponen una “vacuna” frente a los potenciales grandes incendios que sufrimos en verano. Foto de archivo del autor.
¿Y tras el incendio?
La quema del bosque supone la emisión a la atmósfera del Carbono que contenía la vegetación (e incluso la parte más superficial del suelo forestal) lo que representa un aporte de CO2, a la atmósfera, gas con efecto invernadero. Además, el fuego empobrece el conjunto del ecosistema al volatilizarse el nitrógeno, al exportarse nutrientes a través de las cenizas, erosionar el suelo con los posteriores fenómenos de arroyada…
Tras apagarse las llamas, el aspecto desolador de los troncos carbonizados nos induce a pensar que la vida allí ha sido eliminada. Los ecosistemas mediterráneos, sin embargo, y a pesar de haber sufrido una importante pérdida de fertilidad, disponen de un conjunto de estrategias que les permiten hacer frente a esta perturbación. Entre las plantas calcinadas existe un grupo con capacidad de rebrotar desde la cepa: quejigos, coscojas, carrascas, madroños…. Otras plantas, aún sin ser capaces de rebrotar, germinan profusamente tras el incendio (les llamamos pirrófitas) como las jaras, aliagas, …. Por otro lado, hay pinos, como el pino carrasco, que disponen de un gran almacén de semillas viables en sus piña que, tras el fuego, con humedad en el suelo, podrán germinar. Es decir, cierta vegetación mediterránea puede regenerarse con relativa rapidez, pero solamente si la perturbación sufrida y otras previas no han provocado la degradación del suelo sobre el que crecen.

Acolchado de paja protegiendo un suelo quemado en Ateca (Zaragoza). Foto de archivo del autor.
Si el fuego ha eliminado la vegetación y el mantillo, convirtiéndolos en cenizas, el suelo queda desprotegido frente a la acción posterior de lluvias intensas y/o fuertes vientos pueden agravar el problema. Las primeras lluvias arrastran primero las cenizas hasta torrentes, ríos y embalses, continuación el suelo mineral. El arrastre de las cenizas y del propio suelo no sólo tiene una repercusión local sino regional pues al llegar a los ríos y embalses empeora la calidad del agua, colmatándolos de sedimentos y acortando su vida útil. La pérdida de suelo (irremediable a escala humana por su lenta formación y rápida degradación) reduce, además, la capacidad regenerativa de la vegetación induciéndose un progresivo fenómeno de desertización. De ahí que se apliquen medidas de emergencia en las zonas afectadas por incendios: fajinas, acolchados de paja, etc.

Foto: Superficie afectada por un Incendio forestal en Aragón. Foto de archivo del autor.