Por Rosa Tabernero Sala, profesora del Campus de Huesca de la Universidad de Zaragoza, y directora del Máster en Lectura, Libros y Literatura Infantil y Juvenil .
Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación.
Ya se anuncia el otoño y, contra viento y pandemia, más pandemia que viento, los niños vuelven al colegio. Un detalle de normalidad que, en otro momento, suscitaría un relato próximo a la recurrencia de los ritos iniciáticos de todos los años. Sin embargo, volver a la escuela hoy es un hecho extraordinario y debemos celebrar no solo la vuelta sino el propio camino, con lo que ello supone. Conviene en ese tramo proveer a los caminantes de lecturas con las que mirar el mundo con los ojos de lo maravilloso, para “ponerla en valor”, que dicen ahora. Qué mejor entonces que reparar en un autor zaragozano que suele transitar a menudo por calles y librerías oscenses luciendo un universo propio en el que la insulsa realidad puede albergar la más sugerente de las maravillas. Me refiero a Daniel Nesquens, autor consagrado de literatura infantil, al que debemos títulos ya canónicos como Hasta (casi) cien bichos, Mi familia o la serie de Marcos Mostaza y que, en los últimos meses ha publicado, entre otros títulos, El secreto (SM, 2019), un álbum delicioso en colaboración con Miren Asiain Lora, una ilustradora digna de elogio por la sutileza de sus imágenes; Dieciséis cuentos y tres tigres (Anaya, 2020), relatos ilustrados por Emilio Urberuaga que rememoran, veinte años después, aquellos Diecisiete cuentos y dos pingüinos (Anaya, 2000) con los que Nesquens se instaló para siempre en nuestro imaginario y Mi abuelo tenía un hotel, premio Anaya Infantil 2020. Indudable es la fluidez de la prosa de Nesquens y el humor surrealista con el que envuelve sus historias, en la línea de Mihura, Jardiel Poncela o Ionesco, incuestionable es el poder de ensalzar lo extraordinario de los detalles más ordinarios, cómo no sonreír con relatos como los de Tres tigres en un trigal que no sabían contar cuántos eran…
La crítica especializada ha destacado estos rasgos que definen a Nesquens como a uno de los autores actuales más consolidados. Sin embargo, poco se ha hablado de uno de los aspectos más trascendentes en este momento: el universo de Nesquens, en esa observación detallada de la realidad, vuelve una y otra vez sobre la familia y sobre los abuelos. Juzguen ustedes mismos , si no, comienzos como este: “Mi abuelo tenía un hotel. El hotel se llamaba como mi abuela. O sea, su mujer. (…) Cuando subías los tres escalones, cuando abrías la puerta, al final del pasillo, veías a mi abuela… mejor dicho: un gran retrato de cuerpo entero de Eloísa. Era bellísima. No me extraña que mi abuelo se enamorase de ella nada más verla”. Sin sensiblerías, fijando la mirada en los abuelos, humanizándolos… Ese es otro de los grandes valores de la literatura de Nesquens: la ternura encubierta y la mirada respetuosa y curiosa hacia nuestros mayores. Sin duda, hoy más que nunca, Mi abuelo tenía un hotel, con o sin premio, es uno de los libros que debería figurar en ese camino de nuestros escolares. Quizá así entendamos desde la infancia ese esfuerzo de solidaridad que se nos requiere como sociedad para que las historias con las que nos explicamos no se borren para siempre, para que ellos las puedan seguir contando. Merecerá la pena, créanme.
Fotografía: Portada de El secreto (de Daniel Nesquens y Miren Asiaín, en editorial Sm)
Este artículo ha sido publicado también por Diario del Alto Aragón