Por José Antonio Cuchí Oterino, profesor e nvestigador en Ingeniería Agroforestal en el Campus de Huesca de la Universidad de Zaragoza (Escuela Politécnica Superior)
En España, las avalanchas de nieve son un fenómeno restringido a unas pocas zonas de alta montaña concentradas en el norte de la península ibérica. Se desencadenan en invierno y primavera de forma muy irregular, dependiendo de la acumulación de nieve y otros fenómenos atmosféricos, a veces de manera natural, pero en muchos casos provocada.
Si bien causan contadas muertes al año, existen iniciativas a nivel nacional y regional destinadas a evaluar su peligrosidad y predecirlas, tanto a través de mapas de avisos actualizados como de obras para evitar sus consecuencias en la población, las infraestructuras y el entorno urbano.
Aunque la información sobre su dinámica e incidencia es cada vez más completa, factores como la creciente ocupación humana de la alta montaña, los conflictos de intereses en la planificación territorial y la gran variabilidad temporal con la que ocurren los aludes ponen trabas a su prevención.
Para que se produzcan, hace falta que se acumule nieve, que también crea problemas en las comunicaciones en zonas llanas como lo ocurrido en la AP-6 en enero de 2018. Y hace falta pendiente para que esta se deslice, aunque sea la de un tejado.
Sin embargo, las grandes avalanchas necesitan grandes volúmenes de manto nival acumulado en extensiones relativamente amplias y esto solo es posible en zonas montañosas. En España, las áreas que reúnen todos los requisitos se concentran en los Pirineos, la Cordillera Cantábrica y Sierra Nevada, así como en los macizos Ibérico y Central.
Pero ambas condiciones, montaña y nieve, no generan automáticamente un alud. Este fenómeno se origina cuando la fuerza que ejerce el deslizamiento de la masa de nieve ladera abajo es mayor que el rozamiento entre esta y el suelo o una capa interna. El volumen desplazado puede encajarse, o no, en un cauce fluvial preexistente y sobrepasar la línea de nieve (donde ya no hay manto nival), arrastrando también árboles y rocas.
Hay varias clasificaciones de aludes. Una de ellas distingue entre aludes de polvo, también denominados de aerosol, aludes de placa y aludes de fusión.
Los aludes de polvo suelen producirse poco tiempo después de las nevadas y pueden alcanzar grandes velocidades, de hasta 300 km/hora. Son capaces, incluso, de remontar laderas.
El segundo tipo, alud de placa, está muy relacionado con el arrastre de la nieve por el viento y los fríos rigurosos, y puede provocar el desplazamiento de bloques de grandes dimensiones.
La ocurrencia del tercer tipo, de fusión, mucho más lento que los anteriores, tiene que ver con el ascenso de la temperatura en primavera.
Otras clasificaciones hacen hincapié en el tamaño y energía del alud.
En general, los mapas de distribución, actividad y peligrosidad se elaboran a nivel regional. Las zonas donde se pueden producir aludes suelen disponer de cartografía según criterios geobotánicos (como los corredores o las marcas en la vegetación que dejan a su paso), de la memoria histórica y el registro de avalanchas.
En Cataluña, por ejemplo, dicha información está disponible en internet. [* ]
El principal problema para la creación de mapas está en el periodo de retorno. Algunos aludes se producen cada año, pero otros se repiten con menos frecuencia.
Esta periodicidad variable genera discusión y conflictos de intereses entre planificadores, urbanizadores y políticos en cuanto a la planificación del territorio, dada la progresiva ocupación de la alta montaña desde mediados del siglo XX por estaciones de esquí, hoteles, urbanizaciones, teleféricos, refugios de montaña y chalets de montaña.
Si no hay nadie en una zona afectada, no existe riesgo. Pero se aprecia cierta obsesión, aunque reprimida desde la crisis económica, en ocupar paisajes que se consideran de alto valor turístico, paradigmas de la naturaleza. Un ejemplo típico de las posibles consecuencias es el caso suizo, cuyo paisaje montañoso está lleno de edificios y todos los años tienen problemas por aludes.
En España, los aludes afectan a núcleos de población y el crecimiento reciente de estos ha generado problemas en el Alto Aragón y el Valle de Arán, en el Pirineo oriental. Aquí, como en las carreteras de montaña, se plantean soluciones de tipo pasivo, que van desde la instalación de redes para evitar desplazamientos de nieve, hasta la excavación de galerías para que el alud pase por encima.
Estas obras pasivas de defensa urbana y de carreteras son costosas, tanto en términos de instalación como de mantenimiento y exceden las capacidades presupuestarias de muchos ayuntamientos.
En las estaciones de esquí, los PIDA (planes de intervención de desencadenamiento de avalanchas) suelen buscar soluciones dinámicas, mediante el desencadenamiento controlado, en la estación vacía, de aludes por uso de explosiones o, incluso, generados desde helicópteros.
En cualquier caso, todas las medidas se pueden considerar como mejorables. En parte, porque la información recogida sobre aludes pasados es limitada, ya que solo se han estudiado las ultimas décadas. En parte, por cuestiones presupuestarias. Algunas obras son muy caras y hay medidas alternativas de corte de carreteras o evacuaciones que son menos costosas en términos de inversión en obra, pero obligan a aumentar la gestión mediante expertos y sistema de aviso y señalización.
Esta situación, que implica evaluaciones de riesgo, exige la formación de nivólogos especializados que tienen que aconsejar sobre el cierre de carreteras, la evacuación de edificios o la restricción de actividades deportivas. Medidas que generalmente no suelen ser bien acogidas por conductores, hosteleros, esquiadores, políticos e incluso periodistas.
A nivel nacional, la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) realiza predicciones de aludes, descargables en forma de boletines a través de internet, basándose en el uso de modelos, la imprescindible experiencia de los predictores y las inestimables observaciones de guardas de refugios de montaña.
A nivel más local, existen servicios, por ejemplo, en el Valle de Arán. En el Pirineo oscense hay dos casos de colaboración entre España y Francia para el cierre y reapertura de carreteras donde el riesgo de aludes es un factor clave.
El número de víctimas por aludes es relativamente bajo en nuestro país, comparado con los accidentes de tráfico. En los últimos 50 años, se podría hablar de una media que ronda las cinco muertes por año. No hay una tendencia creciente, a pesar del aumento de la afluencia de gente en las montañas.
La mayor parte de las víctimas son montañeros y esquiadores, aunque también ha habido militares, personal de mantenimiento de carreteras y de estaciones de esquí.
Cabe reseñar que una parte significativa de los aludes que afectan a montañeros han sido provocados por ellos mismos al adentrarse por zonas de nieve inestable.
Es evidente el incremento de la información accesible al público y a los expertos, la mejor formación de empleados de las estaciones de esquí, refugios y vías de comunicación y deportistas, así como el abnegado trabajo de los servicios de rescate, incluidos los Grupos de Rescate Especial de Intervención en Montaña (GREIM) de la Guardia Civil.
Sin embargo, la prevención mediante obras, y su mantenimiento, es costosa. Y es necesario formar a expertos que generen información y a políticos que entiendan los riesgos. En el ámbito público, la educación es fundamental para que la sociedad haga caso de las recomendaciones. Más vale quedarse en casa, a encontrarse de bruces con una avalancha o generarla.
Este artículo ha sido publicado también en The Conversation.
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[*] Actualización: Posteriormente a la elaboración de este artículo, se ha ido generando cartografía ATES para distintas áreas del Pirineo. Además en la web Montaña Segura se puede acceder a información relativa al Prineo Aragonés. Y en el valle de Canfranc, el centro A lurte ofreece un parte de previsión de aludes paraesta zona.
[Nota del El blog del Campus]