El profesor Pedro Rújula impartía recientemente en el Campus de Huesca una conferencia sobre el orígen y evolución de un movimiento político y militar como el Carlismo. Por si no pudiste estar, recogemos en esta entrada un resúmen de la conferencia elaborado por el propio ponente.
Por Pedro Rújula, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza
La aparición del carlismo tendrá lugar en los años finales del reinado de Fernando VII cuando entra en escena un nuevo factor político: el legitimismo. La reclamación legitimista supone, en este caso, la defensa de los derechos del infante don Carlos al trono de España por encima de los de su sobrina, la infanta Isabel. El legitimismo, por lo tanto, se encuentra en el origen mismo del carlismo, lo que liga a este movimiento político desde el principio con el relato de una pérdida, con la historia de la usurpación de un trono que legítimamente pertenecía a quien hubiera reinado como Carlos V y del que había sido despojado por los liberales utilizando a la reina como herramienta política.
El argumento de la usurpación del trono fue la justificación necesaria para lanzarse a la guerra civil (1833-1840). El relato así construido depositaba la apertura de hostilidades en el bando contrario, el de los isabelinos —o cristinos, según los casos— y servía para descargar a los carlistas de las consecuencias indeseadas que pudieran derivarse del conflicto.
La guerra tuvo un doble efecto sobre la causa carlista. De un lado, el componente militar configuró un referente central de la identidad política de los seguidores de don Carlos. Desde entonces los carlistas eran, sobre todo, los guerreros que habían combatido en la guerra de los Siete Años contra el liberalismo en defensa del altar y del trono. De otro, con la derrota, ahondó en el sentimiento de pérdida. Ahora ya no solo eran las víctimas de una usurpación, sino también los derrotados del liberalismo, lo que les permitió presentarse como los defensores de una idea más global, los defensores de un mundo en peligro regido por el orden divino y donde los monarcas ejercían plenamente su poder paternal.
A lo largo del siglo, los carlistas fueron ahondando en su condición de defensores políticos del catolicismo en España. Identificar catolicismo y carlismo no era sencillo, porque muchas formaciones políticas estaban igualmente vinculadas con la protección de la religión católica. Sin embargo los avances de la revolución en Europa y la pérdida de poder temporal del papado ante el avance de las monarquía liberales les permitió asimilar el despojo sufrido por los carlistas del que estaba siendo víctima el Papa. El catolicismo asediado por el liberalismo fue un tercer argumento de pérdida —junto al legitimista y al de derrotado de la guerra civil— que asumió el carlismo.
El carlismo llegó hasta las décadas finales del siglo XIX con un relato muy acabado de su condición de defensores no solo de una, sino de varias, causas perdidas: la del legitimismo, la de la guerra civil y la del catolicismo. Todas ellas le permitieron tomar posición como la principal formación que defendía los valores y los principios de la sociedad tradicional frente al huracán de cambios del presente. Su condición de derrotados del liberalismo les permitía proponerse como los más cualificados para combatirlo, máxime cuando su experiencia era larga y su combatividad probada.
La renovación de las derechas en las primeras décadas del siglo XX estrecharon bastante su campo político, pero, al mismo tiempo, les dio protagonismo ante el incremento de la movilización de las masas. Esto fue especialmente notable en el contexto de la II República.
La guerra civil de 1936 puso de manifiesto dos cosas. De un lado que el discurso de la causa perdida, de los agravios pendientes de reparación histórica, seguía teniendo una enorme capacidad de movilización. Así pudo comprobarse en algunos lugares, como el valle del Ebro, donde las milicias tradicionalistas fueron claves para el triunfo de la sublevación militar. Por otro lado, el carlismo había perdido fuerza y ya no protagonizó la acción militar de un bando del conflicto, sino que constituyo tan solo una parte de las fuerzas que apoyaron el golpe de los rebeldes contra la república.
Este carácter subsidiario de los tradicionalistas en el conjunto las fuerzas sublevadas contenía para muchos de sus militantes la esencia de una nueva derrota: la traición del régimen franquista al carlismo.
Fotografía: Événements d'Espagne. — Arrivée de don Carlos au pont d'Ameguy, frontière française. — (Dessin de M. Vierge). Le Monde Illustré (11 de marzo de 1876) . Wikimedia