“¿Hay que quemar a Walt Disney?”. Con este provocador (y figurado) título, el profesor de ‘Teoría e historia de la educación’ del Campus de Huesca de la Universidad de Zaragoza, Agustín Malón, nos propone un debate en torno a la obra del crítico cultural y pedagogo norteamericano Henry Giroux, El ratoncito feroz. Disney o el fin de la inocencia, (2001). El coloquio -en que tendrán un papel la pedagogía, el consumo y los valores presentes en nuestra sociedad- se celebra en el Club de Lectura de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de Huesca, el jueves, 25 de febrero, a las 19 horas. (Puedes solicitar plaza para asistir escribiendo al correo omarien@unizar.es ).
Recogemos el artículo con que introduce el coloquio Agustín Malón:
¿Hay que quemar a Walt Disney?
Sobre la obra de
Henry Giroux (2001), El ratoncito feroz. Disney o el fin de la inocencia.
Madrid: Fundación Germán Ruiperez.
Publicado originalmente en 1999 con el título The mouse that roared. Disney and the end of innocence, esta obra del prolífico y conocido pensador estadounidense Henry Giroux (1943, Providence, USA) aborda lo que ha sido uno de sus intereses teóricos fundamentales desde los años noventa: el poder pedagógico de la cultura de masas en las modernas sociedades capitalistas. Notable representante de la llamada pedagogía crítica y heredero de las ideas de la Escuela de Frankfurt y de autores como Freire, Gramsci, Bourdieu o Foucault entre otros, Giroux se ha caracterizado por su compromiso intelectual con una concepción progresista de la sociedad; una radicalmente contraria a la actual deriva neoliberal ―o solo liberal― y neoconservadora ―o, sencillamente, conservadora― y su sostenimiento o exacerbación de una cultura de consumismo, corporativismo, punitivismo, imperialismo, autoritarismo, racismo, sexismo, clasismo y otras muchas formas de desigualdad e injusticia social que no solo oprimen directamente a ciertos grupos minoritarios, incluidos los jóvenes, sino que afectaría al conjunto de esa manipulada ciudadanía que vive en nuestras sociedades falsamente “democráticas”.
En esta ocasión, el fenómeno sometido a crítica es Disney, ese ratón que ruge, en su doble dimensión de (1) emporio empresarial que refleja y al mismo tiempo promueve una particular concepción del mundo y de (2) marca creadora de algunas de las películas más conocidas y taquilleras del siglo XX que Giroux analiza críticamente en su obra, tanto de algunas destinadas a un público infantil ―La sirenita y el sexismo, El rey león y el autoritarismo, Aladdín y el racismo, Pocahontas y el imperialismo, etc.― como de otras para un público más adulto y que vendrían a promover una visión igualmente distorsionada, interesada y perniciosa del mundo, de la historia y de la familia ―Good morning, Vietman y el imperialismo o Pretty woman y el patriarcado capitalista―.
Ambos planos, el de la corporación Disney y el de ese imaginario Disney con el que muchos hemos crecido, se solapan, pero quizás merecen un análisis diferenciado que, a veces, queda oscurecido en esta obra. En ella, Giroux dice ofrecernos un “análisis de la política cultural de Disney y su intento de mixtificación [falseamiento] de sus objetivos corporativos con alusiones al entretenimiento, la inocencia y la pureza” así como llamar la atención sobre “la preocupante amenaza política y económica que Disney y otras compañías representan para la democracia, debido a su control sobre la información y su monopolio sobre la regulación del espacio público” (2001: 16). Pero, una cosa es debatir sobre si debemos acabar con las grandes corporaciones que, como Disney, monopolizan la industria cultural, lo que les da un enorme poder sobre el mundo de la política, las ideas, los valores, etc., y, otra, debatir sobre cómo interpretar y gestionar ciertos productos culturales inicialmente orientados al entretenimiento pero que promueven valores que algunos, como Giroux, consideran políticamente incorrectos.
Igual que en 1955 Simone de Beauvoir nos planteaba el interrogante ¿Hay que quemar a Sade?, es inevitable, leyendo a Giroux, preguntarse si habríamos de quemar a Walt Disney y, con él, a todos sus hijos. O incluso, me pregunto, si la quema no debería ser, si cabe, más lenta y dolorosa. Porque Sade creó seres perversos y corruptos, pero no lo negaba ni disimulaba. ¿No es acaso peor crear seres inocentes y puros para colarnos subrepticiamente, y especialmente con nuestros niños, los males del sexismo, el autoritarismo, el consumismo, el heterocentrismo, el belicismo o el imperialismo?
Agustín Malón Marco
Profesor de Teoría e historia de la educación.
Universidad de Zaragoza. Campus de Huesca.
Imagen: Portada de la edición española del libro de Giroux