AULA DE CINE.XI. Ciclo de Cine sobre Derechos de Infancia y Adolescencia

Última modificación: 
28/03/2023 - 19:54

Facultad de Empresa y Gestión Pública de Huesca (plaza de la Constitución, 1)

Lunes y miércoles lectivos, 19h 

Proyecciones en VOSE

29/03 Last Resort (2000), de Pawel Pawlikowski

12/04 Sin nombre (2009), de Cary Joji Fukunaga

17/04 Sur Salvaje (Beats of the Southern Wild) (2012), de Benh Zeitlin

19/04 Vida salvaje (Vie sauvage) (2014), de Cédric Kahn

26/04 Songs My Brothers Taught Me (2015), de Chloé Zhao

03/05 Buoyancy (2019), de Rodd Rathjen

08/05 Las buenas intenciones (2019), de Ana García Blaya

10/05 Los lobos (2019), de Samuel Kishi

 

Organizan: Universitarios con la Infancia y Campus de Huesca de Unizar

 

En esta undécima edición del Ciclo de Cine sobre Derechos de Infancia y Adolescencia, hemos querido poner el foco sobre cómo distintas situaciones de migración, desplazamiento, o movilidad comprometen los derechos básicos de los niños y las niñas protegidos por la Convención sobre los Derechos del Niño. El ciclo aborda la situación de los niños migrantes, obligados a desplazarse por conflictos bélicos, por la falta de oportunidades en su lugar de origen o por motivos climáticos, y se centra en las dificultades que estos niños encuentran en el camino (mafias, trata de personas, etcétera) así como en el lugar de destino. Sin embargo, la idea de movilidad busca ampliar el alcance del ciclo más allá de la migración transfronteriza, e incorporar otras situaciones que de igual modo comprometen los derechos de la infancia: el desarraigo en el lugar de origen, las consecuencias psicológicas de una mudanza no elegida, o la situación de niños forzados a llevar un estilo de vida nómada, entre otras. Desde géneros, nacionalidades, y ópticas distintas, todas las películas del ciclo buscan visibilizar la relación directa que existe entre la capacidad para migrar/moverse y la desigualdad social, y así promover una reflexión sobre la especial vulnerabilidad de los niños y las niñas en dicha situación.

En la actualidad, una gran cantidad de personas vive en un país distinto de aquel donde nacieron, el mayor número hasta ahora. En 2019, el número de migrantes alcanzó la cifra de 272 millones, 51 millones más que en 2010. Los migrantes internacionales comprenden un 3,5% de la población mundial, cifra que continúa en tendencia ascendente comparándola con el 2,8% de 2000 y el 2,3% de 1980 (ONU, 2020).

Por poner un ejemplo, en 2017, casi 9.000 niños, niñas o adolescentes mexicanos que llegaron a Estados Unidos sin documentos fueron repatriados, la gran mayoría viajaban sin la compañía de un adulto. En el mismo año las autoridades migratorias mexicanas detectaron cerca de 20.000 niños, niñas o adolescentes extranjeros originarios de El Salvador, Honduras y Guatemala (Unicef, 2017).

La migración internacional y, aunque en menor medida, la movilidad intranacional generan en gran parte de los casos una crisis para la familia que la vive, bien porque el padre o la madre de familia, o ambos, se desplazan dejando atrás a sus hijos o bien porque el traslado de toda la familia en búsqueda de nuevas perspectivas conlleva la instalación en un nuevo medio que muchas veces es desconocido, hostil, que reacciona con diversas formas de resistencia al que llega de fuera y en el que el migrante no encuentra el mucho o poco capital social que tenía en su lugar de origen.

Los miembros más débiles —las mujeres y los niños— viven usualmente con la movilidad una situación de alta vulnerabilidad; es decir, un aumento de los riesgos y la posibilidad de que sus derechos se vean dañados o su integridad afectada. La vulnerabilidad es mayor en el caso de migraciones no queridas o no buscadas, es decir, los desplazamientos forzados en casos de conflictos armados o enfrentamientos entre grupos armados provocados por conflictos diversos o por desastres naturales. En estos casos la crianza de los niños se ve fuertemente impactada.

En un contexto de inestabilidad económica, surge la incertidumbre sobre el futuro familiar, la pérdida de coherencia de la unidad familiar, la desaparición de referentes familiares, las dificultades escolares generadas por un acceso deficiente a la escolaridad, la sobrecarga de la figura materna con el consiguiente aumento del estrés y depresión de la mujer. Además, las urgencias socio-económicas llevan a la familia en movilidad a vincularse tempranamente a las primeras formas de supervivencia que encuentra en el nuevo medio, aceptando empleos informales, malsanos y de baja remuneración.

En este contexto, el peligro para los niños es grande. La pérdida de cohesión, las dificultades de integración al nuevo medio, la falta de referentes, las rupturas de los vínculos entre los padres, generan situaciones de abandono, donde el riesgo social de desembocar en la renuncia a la escolaridad, la mendicidad, el delito, los trabajos nocivos o inconvenientes, son proporcionales a las dificultades para encontrar una vida familiar en el nuevo lugar de residencia. Por esto es que el aumento vertiginoso de los casos de trata de niños y de mujeres no puede dejar de vincularse a la emigración y los desplazamientos forzados: son circunstancias que terminan generando estrategias de supervivencia desesperadas.

El ciclo se inicia con Last Resort (2000), una película británica dirigida por el realizador polaco Pawel Pawlikowski. Ayrton es un niño de doce años que abandona Rusia junto a su madre con el deseo de establecerse en Londres, pero a su llegada al país anglosajón son detenidos en el control fronterizo del aeropuerto por no contar con el visado necesario. Ambientada en el centro para refugiados al que son confinados, la película nos acerca a la situación de inmovilidad forzosa y de constante espera a la que son sometidos muchos niños y niñas en campos de refugiados.

Pasamos de la inmovilidad forzada a la vida en movimiento con Sin nombre (2009), una coproducción entre México y Estados Unidos dirigida por Cary Joji Fukunaga. La película se aproxima a la migración en Centroamérica a través de la historia de Sayra, una adolescente hondureña que se reúne con su padre para cruzar el camino que separa su país de los Estados Unidos en el techo de un vagón de tren. A partir de las distintas dificultades que surgen en el camino, la película pone de manifiesto la dureza de la experiencia migratoria que sufren miles de adolescentes cada año.

El ciclo continúa con Bestias del sur salvaje (2012), una película estadounidense dirigida por Behn Zeitlin. Es la historia de Hushpuppy, una niña de seis años que vive junto a su padre en una comunidad utópica aislada del mundo globalizado. Mediante un tono que mezcla la fábula con el realismo mágico, la cinta habla sobre las consecuencias del cambio climático para las poblaciones que viven en zonas costeras vulnerables, y cómo los desastres climáticos son una causa directa de la migración y el desarraigo en el mundo contemporáneo.

Vida salvaje (2014), la cuarta propuesta del ciclo, es una producción francesa dirigida por Cédric Kahn y premiada en su estreno en el Festival de San Sebastián. La película narra la historia de Philippe, un padre que, tras el divorcio con su pareja, secuestra a sus hijos y decide llevar con ellos una vida nómada y en comunión absoluta con la naturaleza. La cinta plantea un incómodo debate ético sobre el derecho de los niños a decidir sobre su propia educación y su forma de vida, y nos sitúa ante la problemática de los niños nómadas, que viven en continuo movimiento.

El debate sobre el papel que los adultos deben jugar en la vida de los niños continúa con Songs My Brother Taught Me (Estados Unidos, 2015), la ópera prima de la cineasta estadounidense de origen chino Chloé Zhao. Ambientada en la reserva india de Pine Ridge (Dakota del Sur), la película cuenta la historia de Jashaun y Johnny, dos hermanos que ante la total ausencia de una figura paterna o materna, buscan encontrar su forma de vida dentro de las limitadas oportunidades que ofrece la reserva. La cinta aborda la situación de vulnerabilidad de la comunidad nativo-americana y plantea un debate entre migrar o quedarse ante las situaciones de desarraigo en zonas marginales.

Los peligros de la experiencia migratoria son el centro de Buoyancy (2019), una producción australiana dirigida por Rodd Rathjen. Chakra, un joven camboyano de 14 años, deja su hogar en busca de una vida mejor, pero sus aspiraciones se ven truncadas cuando es vendido como esclavo al capitán de un barco pesquero tailandés. La cinta nos sumerge en la dureza de una vida en constante tránsito pero privada de libertad, y supone un modelo alternativo a las narrativas de viaje (por tierra) que son predominantes en la representación de la migración en el cine.

El contrapunto de humor del ciclo lo proporciona Las buenas intenciones (2019), una comedia argentina dirigida por Ana García Blaya que recibió el Premio de la Juventud en el Festival de San Sebastián. Ambientada en Buenos Aires a principios de los 90, la película aborda la relación entre un padre divorciado y sus hijos, y cómo ésta se ve afectada por la decisión de su ex-mujer de mudarse a Uruguay con los niños. Desde una perspectiva sensible y desenfadada, la cinta plantea un debate en torno a las mudanzas, y las consecuencias que tienen en los niños y las niñas las decisiones de movilidad tomadas por sus progenitores.

Nos mantenemos en el terreno del cine latinoamericano con Los lobos (2019), la película mexicana dirigida por Samuel Kishi con la que se cierra el ciclo. Cuenta la historia de Max y Leo, dos hermanos de 8 y 5 años que han emigrado desde México a Estados Unidos junto a su madre. Como la mujer trabaja durante todo el día, los niños pasan el día en la habitación de un motel en la que viven, hasta el día en que se aventuran a conocer la nueva realidad que les rodea. Desde la sensibilidad de la mirada infantil, la película narra el proceso de adaptación a un nuevo país y las posibilidades que ofrece de encuentro con aquellos que son diferentes a ti.